Durante doce años, estas tres sílabas hicieron temblar, primero, a Alemania y, después, al resto de Europa.

Nunca hubo, en ningún país ni en ninguna época, otra organización que alcanzara una complejidad semejante, ostentara un poder similar o consiguiera tal «perfección» en el ejercicio del horror.

Jacques Delarue desentraña su mecanismo interno y demuestra que el régimen nazi solo pudo imponerse, gracias a una estructura que sostenía, incluso, los elementos más nimios. A pesar de la numerosa bibliografia publicada, los hombres que manejaron las riendas del poder de este grupo siguen siendo tan desconocidos como la maquinaria que controlaban. El autor considera imprescindible mostrarlos tal como fueron, con sus vicios, sus debilidades, pero también con sus cualidades. Su destino cambió el día en que el hitlerismo implementó una nueva «moral» y trocó su conciencia en una sumisión total al dogma nazi.

Encarnado en cierta forma en la Gestapo, el nazismo intentó conseguir, sin éxito, la destrucción del hombre tal cual lo conocemos, modelado por milenios de historia. El mundo nazi era el imperio de la fuerza total, dividido en amos y esclavos, en el que la bondad, la piedad, la compasión, el respeto a los derechos humanos y la defensa de la libertad dejaron de ser virtudes. Nos parece lejano, como una pesadilla, pero la garra envenenada está siempre presta a salir de su tumba. Los hombres no tienen derecho a olvidar estas atrocidades. Nunca.